La ganadería, un modo de vida

En los años 30, 40 y 50, las familias eran autosuficientes. Contaban con todo lo necesario para su propia manutención, a base de mucho trabajar. La mayoría tenía ganado (ovejas, cabras y/o vacas) y la caza les proporcionaba otra importante fuente de alimento: conejos, perdices, etc., que junto con el cerdo y los huevos de sus gallinas, constituían una importante fuente proteica. Con la siembra obtenían el trigo o centeno para hacer el pan que previamente llevaban a moler a los molinos de Sieteiglesias o de Lozoyuela. Las hortalizas les proporcionaban el resto de alimentos necesarios para una buena nutrición: judías, tomates, berzas, legumbres, etc. Con esto, tenían asegurado el sustento.

Limpiando el cordero. 1950.

Limpiando el cordero. 1950.

Aquellas familias que no contaban con ganado o cerdos para hacer la matanza, trabajaban ayudando a quienes sí los tenían y a cambio recibían alimentos o lo que acordaran, pues era el trueque el principal medio de intercambio.

El trabajo con las ovejas y las cabras básicamente consistía en sacarlas a pastar, procurando que no se metieran en ningún campo sembrado, porque en aquellos años todo el campo cercano al pueblo estaba sembrado de trigo, centeno, algarrobas u hortalizas. Es por ello que buscaban pastos alejados del pueblo como en Canaleja, el Espaldar, o el Portachuelo. Allí no había peligro de destrozar sembrados y únicamente tenían cuidado de no perder al ganado y guardarlo al llegar la noche.

Otro trabajo con el ganado que requería mucho tiempo y había que hacerlo a diario, era el ordeño. Había que hacerlo por las mañanas y por las noches.

La leche obtenida del ordeño, se vendía en Lozoyuela todas las mañanas. Una señora la recogía y cuando venía la camioneta que pasaba por muchos pueblos de la sierra, la entregaba y al cabo de un mes, echaba cuentas con los ganaderos y les pagaba.

Los vecinos de Sieteiglesias o de Las Navas, tenían que coger el burro y cargar los 20 o 30 litros de leche recién ordeñada, que era más o menos lo que daba un ganado medio y marchaban a Lozoyuela cada mañana.

Un rebaño medio en el municipio, podía tener unas 40 o 50 cabras y entre 50 y 200 ovejas. Además de las vacas que cada uno tuviera. En los años 30 y 40, la mayoría de los vecinos tenían ganado, unos más y otros menos.

Además de los ingresos que obtenían con la venta de la leche, vendían corderos a las carnicerías o a los turistas y era otra fuente de ingresos. Las ovejas más viejas las consumía la propia familia, pero en ocasiones especiales como una boda o bautizo, mataban algún cordero o cabrito.

En la época de la siega, se mataba una oveja (de las viejas, o de las que no podían criar) para dar de comer a toda la familia y a los segadores, pues se podían juntar unos 8 o 10 comensales. Al ser tantos, la oveja no duraba mucho, podría aguantar unos 4 o 5 días, guardándola en la despensa, que era un lugar muy fresco. Algunos vecinos hacían cecina.

Bueyes en la era. 1930

Los mayores coinciden en que es un trabajo sacrificado, con dedicación de sol a sol y sin días de descanso, pero también coinciden en el buen ambiente que había entre pastores, como nos cuenta una vecina “todos íbamos al campo, pastores y labradores. Y cantábamos, íbamos felices. Oíamos cantar a un pastor, a otro, … ¡todos cantábamos!. ¡Mira, por allí va fulano, va mengano y nos divertíamos! No teníamos otra cosa. Había muy buena gente, había un cariño muy bueno. Y personas mayores que te daban buenos consejos. (…) Se compartía lo que se llevaba de comida, porque las familias más numerosas, no tenían tanto y pasaban hambre, porque llevaban sólo un trocito de pan y un torrezno para pasar el día entero. (…) Aunque era muy esclavo, lo pasábamos bien y como íbamos muchos niños de pastores, jugábamos en el campo a lo que surgía: a la calva, al chito, al chichavelo amarillo (una especie de escondite), etc.”

A los niños con 7 u 8 años, se les mandaba con el ganado y pasaban el día entero en los prados. Llegaban por la noche y como no podían ir al colegio, siempre había algún buen maestro que no le importaba darles clases al volver del campo. De esta forma, muchos pudieron aprender lo básico: leer, escribir, operaciones matemáticas sencillas y poco más. Entre estos maestros que recibían a los niños pastores por las noches, estaban Felipe el cojo y Amelia.

Los pastores jóvenes, a veces pasaban una semana entera sin ir a sus casas. De las ovejas se iban a segar. Volvían a casa, cogían comida y otra vez al campo y venían a mudarse cada 8 días. “No creas que no era duro”, -nos dice un vecino-. “A veces venían unas tormentas grandes y teníamos que buscar refugio en alguna piedra, que nos protegiera del agua, porque si no, te ponías hasta los huesos. Y llovía tanto antes, que manaban muchas fuentes, cada 20 pasos te encontrabas una. Ahora llueve mucho menos.”

Para pasar la semana en el monte, llevaban comida y bebían leche de las cabras. Como calzado, llevaban unas abarcas con una lona para no mojarse los pies y una manta para cubrirse por las noches porque hacía frío. Dormían junto a las ovejas para estar más calientes. A veces, al despertarse, había alguna culebra encima de la manta, que se había arrimado al calor humano.

A algunos les daba miedo dormir en el campo, porque había lobos que iban de una sierra a otra. Todos los pastores tenían perros y les avisaban cuando veían algo. Y las ovejas, con su instinto, cuando se acercaba el lobo, aunque no le vieran, se ponían nerviosas. Normalmente, al ver al hombre los lobos se marchaban, pero había veces que se saltaban el cerco por la noche y mataban ovejas y cabras. Los pastores tenían que echar mano de ciertos trucos para librase de los lobos. Uno de ellos, se ideó un “espanta-lobos” con un palo largo de unos 4 metros clavado en el suelo y con una tela arriba. Esto ahuyentaba a los lobos y consiguió que no le mataran ninguna oveja.

A los perros les llevaban protegidos con un collar de tres dedos de ancho con pinchos, porque los lobos atacan tirándose al cuello.

A continuación profundizaremos en algunas de estas tradiciones tan características de Lozoyuela, Las Navas y Sieteiglesias: la matanza y el esquileo.

La matanza del cerdo es una de las tradiciones más importantes de los pueblos serranos. Fue la principal fuente de alimento de muchas familias durante el siglo XX.

La lana ha sido tradicionalmente uno de los productos ganaderos que más beneficio aportaba a la economía familiar y local.

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